Comentario
La política exterior del rey Alfonso ha sido objeto de controversia entre los historiadores, que todavía hoy se interrogan sobre su engarce con la realidad social y económica de la Corona, en particular de Cataluña, que tradicionalmente había sido el motor de la expansión marítima. Con mayor o menor vehemencia, historiadores prestigiosos califican la política exterior alfonsina de imperialismo desmesurado (F. Soldevila), personal y dinástico, desconectado de los intereses comerciales catalanes (J. L. Martín, P. Vilar), a los que quizá la creciente conflictividad marítima puso en serio peligro (J. Vicens).
En su época, ciertamente, los estamentos catalanes no sintieron simpatías por la política exterior de un monarca ausente, que recortaba sus privilegios, que constantemente pedía dinero y que desarrollaba su empresa italiana al margen de las Cortes. Pero el monarca, probablemente tampoco comprendía las obstrucciones de los estamentos a su política, que él consideraba congruente con la tradicional política expansiva de la Corona y favorable a los intereses de sus súbditos. J. Vicens decía que el Magnánimo nunca comprendió que lo que le impedía entenderse con la oligarquía catalana era el abismo de la decadencia: "los catalanes podrán guardar su dinero para lo despender en otro tiempo", decía enojado, mientras explicaba a sus súbditos del Principado que "obtenido el reino de Nápoles, han de pensar cuánta mercancía sale de él, y cuánta se envía a él desde aquí" (los reinos peninsulares de la Corona).
El contrapunto a esta visión negativa de la política italiana del Magnánimo lo ofrece M. Del Treppo quien considera que el rey Alfonso realizó la conquista de Nápoles en concordancia con los intereses de al menos un sector importante de la oligarquía mercantil catalana, que supo sacar buen provecho de su apoyo al rey.
Quizá ello ayude a comprender que cuando en 1460 Renato I de Provenza y los genoveses amenazaron el trono napolitano de Ferrante I, el hijo natural y sucesor del Magnánimo, en el gobierno de Barcelona cundió la alarma.
A diferencia del Mediterráneo occidental, donde la política alfonsina ha sido calificada de imperialismo agresivo, en el Mediterráneo oriental el Magnánimo desarrolló una política más prudente, que perseguía conseguir puntos de apoyo para las embarcaciones de sus súbditos y para su aprovisionamiento (fundación de consulados, establecimiento de protectorados militares, conquista de algunas bases navales); obtener ventajas comerciales con la ayuda, si era menester, de la presión militar (tratados con el sultán de Egipto, en 1430, 1441, 1446 y 1451); recibir sumas considerables de las autoridades musulmanas, ya sea en forma de tributos, ya sea disfrazadas de acuerdos comerciales; garantizar la seguridad de las rutas para las embarcaciones de la Corona (pactos antiturcos con el emperador de Constantinopla y el déspota de Morea) y, finalmente, mezclar el corsarismo con el comercio. El resultado de todo ello sería un buen ritmo de los negocios en la ruta de Ultramar los años 1420-33 y 1454-62 (M. Del Treppo) lo que, no obstante, no sabemos si era un fiel reflejo de la situación global de la economía catalana.